¡Se nos apareció marzo!

El aterrizaje es usualmente duro estos días para muchas familias chilenas. Matrículas, útiles escolares, permisos de circulación y el estado de cuenta de la tarjeta de crédito volviendo de vacaciones, son abrumadores. Gracias a Dios, la primera cuota de contribuciones vence el 30 de abril. Es probable que en marzo el gasto de una familia exceda sus ingresos pero una administración responsable permitirá que haya excedentes en los meses siguientes y los números vuelvan a ser azules, cubriendo los baches que hayan quedado en el camino. ¿Qué pasa con una familia donde el déficit de un mes pasa de ser la excepción a transformarse en la regla? Tendrá que cubrir la brecha pidiéndole plata a algún pariente o al banco, a la espera de tiempos mejores. Pero si sus hábitos de gasto no cambian y la deuda se acumula, la vida se hará rápidamente cuesta arriba.

Los desafíos económicos que padecen los países son iguales a los de una familia común. Las naciones tienen ingresos (en su mayoría, impuestos) y gastos. Si un año gastan más de lo que reciben, muestran números rojos (déficit) y deben cubrir la diferencia endeudándose. Como el país no es una entidad abstracta sino que pertenece todos sus habitantes, cuando el déficit se transforma en la regla y la deuda se acumula, todos sufren las consecuencias.

¿Qué ha ocurrido con Chile a lo largo de los años? A veces ayuda dar un par de pasos hacia atrás y mirar los números con la perspectiva de un plazo más largo. Entre 1990 y 1998, los ingresos del fisco chileno consistentemente superaron el gasto, promediando un superávit (medido como porcentaje del PIB) de 1,8%. Lamentablemente la racha fue interrumpida en 1999 como consecuencia de la llamada “crisis asiática” y los años que siguieron fueron difíciles. Hasta el 2003 las cuentas nacionales mostraron un déficit sutil (inferior al 1,0% en promedio) y el gasto se contuvo volviendo paulatinamente a niveles comparables a los que había tenido en los 90. A partir de 2004 los números volvieron a ser azules logrando un superávit promedio de 2,3% entre 2004 y 2013, a pesar de experimentar momentos duros como la crisis financiera de 2008-2009. Desde 2014 Chile solo ha visto déficits, año tras año, con la sola excepción de 2022. En enero, la Dirección de Presupuestos informó que el déficit de 2023 fue de 2,4% del PIB y se espera que en 2024 el déficit sea de 1,9% del PIB. Esta nueva normalidad en que el déficit ha pasado a ser la regla en lugar de la excepción, tiene como correlato una deuda pública que cerró 2023 en 39,7% del PIB, número que compara con el 9,2% promedio visto durante la primera década de los 2000. El gasto, que había logrado establecerse por debajo del 19% del PIB una vez terminado el gobierno del Presidente Lagos, ha estado por encima del 26% del PIB en promedio durante los últimos 10 años. El presupuesto 2024 aprobado en noviembre, incorpora un gasto público que crecerá el doble de lo que se espera que crezca el PIB en el mismo periodo.

Buscando financiar un gasto que se expande en una economía que no crece, Chile ha pretendido cobrar más impuestos a sus ciudadanos. Las rentas del capital que, en el contexto de un sistema integrado, pagaban una tasa marginal de 40% hasta antes de la reforma tributaria de 2014, hoy pagan un 44,45%. En promedio, la recaudación (impuestos) per cápita entre 2015 y 2022 ha crecido 1,9 veces más rápido que el PIB per cápita. Sin embargo, un mayor esfuerzo por recaudar cobrando impuestos no ha sido, a juzgar por la historia, la respuesta para alcanzar un equilibro y volver a ver números sanos.

Los impuestos en un país los pagan todos sus habitantes, sin excepción. Alguno los pagará directamente, otro a través de un mayor arriendo, otro a través de mayores precios y otro a través de menor empleo, pero se trata de un esfuerzo colectivo. Es momento de pensar, al igual que muchas familias chilenas, cómo hacer más con menos, antes de que sea demasiado tarde.

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