Liderazgo e institucionalidad
La sicóloga social norteamericana Amy Cuddy, plantea que cuando un interlocutor trata con nosotros por primera vez, se hace 2 preguntas generales: (a) ¿puedo confiar en quien tengo en frente, me inspira calidez, empatía?, y (b) ¿es esta persona competente, fuerte, asertiva? Hay múltiples atributos potencialmente presentes en una persona que permitirían responder de manera positiva a las 2 preguntas anteriores. Y parece atendible cuestionarse si se cuenta con ellos o no, pues la investigación de Cuddy y sus colegas establece que la respuesta a (a) y (b) explica más del 90% de la impresión positiva o negativa que otros tienen de uno.
Cuando queremos ejercer liderazgo (por ejemplo, en el ámbito laboral) solemos pensar, equivocadamente, que debemos privilegiar la competencia –atributo del tipo (b)– por sobre la calidez –atributo del tipo (a)–. Los líderes que proyectan competencia antes de establecer una relación de confianza con sus dirigidos, suelen inspirar miedo y su liderazgo no es efectivo pues inhiben la creatividad y el potencial cognitivo. De acuerdo con esta corriente de pensamiento, la forma correcta de influenciar y guiar a otros es construir confianza por medio de la calidez y la empatía, para luego inspirar respeto a través de la demostración de competencia.
Quienes administramos empresas estamos familiarizados con los conceptos de liderazgo formal e informal. El liderazgo formal es aquél que se otorga como consecuencia del diseño jerárquico e intencional de una organización. El liderazgo informal es atribuido espontáneamente por el grupo influenciado a quien los dirige. Muchas veces un grupo o un individuo al interior de una organización reconoce a un líder informal que no necesariamente coincide con el líder formal que se le ha designado. Un líder formal carente de liderazgo informal dirigirá a sus huestes sobre la base del miedo, de la coerción; no de la convicción, lo que en tiempos en que las bases están crecientemente empoderadas, es insuficiente y poco sostenible.
En los tiempos que corren, enfrentamos en Chile una creciente indiferencia hacia el orden institucional y se ha instaurado la creencia de que el poder puede ser ejercido por grupos aislados, a su arbitrio. Se utilizan espacios cuya finalidad es la promoción de la democracia para bromear acerca de la muerte del Presidente; bajo el pretexto de la expresión de ideas, permitimos un nivel de violencia en nuestras calles que a cualquier grupo humano debería parecerle aterrorizante; dejamos que el patrimonio y los símbolos patrios, representativos de nuestra identidad y de nuestra historia, sean vejados sin consecuencia para los autores de la falta. ¿Por qué sucede lo anterior? ¿Por qué nos resistimos a dejarnos conducir por las autoridades que nosotros mismos hemos elegido y por las normas que ellos han dispuesto?
Usando el lenguaje empleado más arriba, podemos decir que miembros provenientes de un amplio espectro de nuestra clase política -aquellos elegidos democráticamente para ocupar cargos en el gobierno y el parlamento- han sido ungidos con un liderazgo formal. La institucionalidad, el “diseño organizacional” de nuestro ordenamiento avala el cargo que ostentan. Sin embargo, la calidez y la empatía no son características que reconozcamos fácilmente en ellos y, según la última encuesta Plaza Pública de Cadem, el 19% de la ciudadanía apoya tanto al Congreso como al promedio de los partidos políticos. Podríamos decir que el liderazgo formal e informal no convergen en la clase política chilena y, ante una ciudadanía empoderada, se hace extremadamente difícil que conduzcan la nación efectivamente.
En la discusión constitucional que se acerca participarán independientes, individuos cuyo sustento no dependerá del ejercicio de su rol como constituyentes y personas que no serán esclavos del ciclo político ni de su reelección. Es de esperar que lo anterior permita un diálogo percibido como honesto, cercano a la realidad y con visión de Estado, por parte de la ciudadanía. En este escenario, puede que los líderes formales que hayamos elegido nos inspiren la confianza necesaria para merecer la unción del liderazgo informal que consolidará su rol como dirigentes. Confiemos en que una clase política renovada e inspirada por el ejercicio constituyente se vuelva a vincular con la ciudadanía y se gane nuestro favor para que, bajo su conducción, retomemos la ruta hacia el desarrollo que tanto nos costó trazar.