A seis años del estallido: lo que todavía nos queda
Estos días de octubre despiertan recuerdos difíciles. A veces se nos aprieta el pecho al pensar en la violencia que vivimos en 2019, pero también sentimos gratitud por lo que aún nos queda: instituciones que resistieron, ciudadanos que no se rindieron y una democracia que, aunque herida, sigue en pie.
Escribo seguido sobre los problemas que enfrenta Chile y sobre lo estériles que han sido nuestros intentos por generar un punto de inflexión. Como suele ocurrir con los fenómenos sociales, las causas del hoyo en que nos hemos ido metiendo son múltiples. La reforma tributaria de Bachelet II golpeó duramente la inversión y sus efectos se arrastran hasta hoy. La fragmentación política posterior al fin del sistema binominal volvió muchas discusiones parlamentarias banales e infecundas. Pero la amenaza real a la democracia que vivimos en octubre y noviembre de 2019 —y las esquirlas que aún vemos— generaron un daño del que costará mucho recuperarse. Vale la pena recordarlo, para tratar a nuestra alicaída institucionalidad con más cariño en el futuro.
El Chile de hoy es muy distinto al de entonces. La inflación de los últimos 12 meses en octubre de 2019 era 2,1%, hoy es 4,4%. El desempleo en octubre de 2019 era 7,0%, hoy es 8,9%. El crecimiento del PIB el año anterior al estallido (2018) fue 4,0%, en 2024 fue 2,6%. El supuesto “despertar” terminó siendo un espejismo: la promesa de mejorar las condiciones de los más rezagados fue, en realidad, un malintencionado canto de sirenas.
Más allá de los números, el deterioro de nuestra cohesión social es lo que más duele y no muestra señales de sanar. La validación de la violencia por parte del Frente Amplio y el Partido Comunista fue un atentado contra la democracia muy difícil de perdonar. El “buenismo” y la rendición del socialismo democrático ante los gritos de la extrema izquierda, los llevaron gradualmente a hacerse irrelevantes en la escena política. Y parte de la derecha, en lugar de ofrecer un camino de equilibrio, imitó la estridencia de la izquierda, contribuyendo a la polarización.
Existen las segundas y las terceras oportunidades, pero también es cierto que “el cántaro termina rompiéndose”. La política —del griego politiká, “los asuntos de las ciudades”— trata, en esencia, de llegar a acuerdos, no de cruzadas ideológicas ni de “darse gustitos”. Esta elección presidencial puede ser nuestra última oportunidad de reencontrarnos como país y reconstruir Chile desde la unidad. No la desperdiciemos.