Chile y la trampa de la estanflación: pegados en el barro
Cuando era niño, en el Chile de los 80, no era común tener un auto con tracción en las cuatro ruedas. Hoy es frecuente ver incluso city cars con doble tracción permanente, pero no siempre fue así. Cuando íbamos de paseo al campo o a alguna playa, a veces te “quedabas pegado”: las ruedas giraban en el aire y el auto no se movía. Todos debíamos bajarnos a buscar palos y piedras para darle un mejor apoyo a las ruedas y salir del hoyo en que nos habíamos ido metiendo. Algunos tenían que empujar mientras el conductor aceleraba con cuidado y, cuando el auto lograba avanzar, se sentía como una gran hazaña colectiva.
El IMACEC publicado ayer y la inflación de julio me recordaron esas escenas de mi niñez porque a Chile le pasa algo parecido. Llevamos más de una década creciendo más lento de lo que lo hace la economía mundial, y enfrentamos presiones inflacionarias que dificultan el uso de herramientas que ayuden a impulsar la actividad. La combinación entre bajo crecimiento y una inflación por sobre la meta, se denomina “estanflación” y es una condición de la que cuesta salir. El auto no se mueve, todos los pasajeros lo percibimos, vemos que se está haciendo tarde y no llegaremos a nuestro destino. Por mucho que el conductor acelere, el auto sigue sin moverse y la situación empeora: las revoluciones suben, el motor se calienta, el hoyo se agranda y consumimos el poco combustible que nos queda.
Entre 2014 y 2024 Chile creció a una tasa promedio cercana (aunque menor) al 2,0%, mientras el mundo lo hizo al 2,8%. Si bien el último informe de Cuentas Nacionales publicado por el Banco Central para el periodo abril-junio muestra un crecimiento anual de 3,1%, por sobre las expectativas del mercado, éste estuvo impulsado por un sector minero que creció al 4,0%. De hecho, el IMACEC publicado ayer (1,8%), correspondiente a julio, estuvo bajo lo esperado y ha sido el más bajo desde febrero. Se espera que los próximos indicadores de crecimiento mensuales que veamos en lo que queda del año, sean bajos pues enfrentan bases de comparación más exigentes. Así las cosas, es probable que terminemos el año cerca del 2,0%, por debajo de las expectativas, en línea con la tónica de los últimos diez años.
Si bien todavía no tenemos los datos correspondientes a la inflación de agosto, cuando se publicaron los datos para julio el mercado expresó preocupación. El IPC llegó a 0,9%, muy por sobre el 0,6% que se esperaba, acumulando una inflación de 4,3% en doce meses. Estos datos han llevado al mercado a anticipar que el Banco Central difícilmente bajará la tasa de referencia en el corto plazo, lo que significa menos dinamismo para la actividad.
Parte del origen de la presión inflacionaria tiene que ver con subir artificialmente los costos de una economía que no crece. Uno de los ejemplos más evidentes es el encarecimiento del empleo formal: alzas sucesivas del salario mínimo, la reducción de la jornada laboral y la reforma de pensiones han elevado los costos de contratación en un momento de fragilidad. En este tema enfrentamos un riesgo doble. Por un lado, más inflación: las empresas que enfrentan mayores costos terminan trasladando parte de ellos a precios. Por otro, más informalidad: si la contratación se encarece, empleadores y empleados optan por el camino informal, debilitando la protección laboral de los trabajadores y erosionando la recaudación fiscal.
Quizás la bonanza de décadas pasadas nos hizo perder la práctica, como los conductores de hoy que no saben sacar un auto del barro. Pero llegó la hora de que todos nos bajemos, pongamos palos y piedras bajo las ruedas, y empujemos con fuerza. Solo la inversión, promovida por un estado de derecho robusto y una estructura tributaria competitiva, nos sacará del hoyo en que estamos metidos. Actuemos rápido, antes de que se nos acabe el combustible y sea muy tarde.