18-O: la fractura de una familia

Mañana nuestros calendarios volverán a decir, después de 5 años, “viernes 18 de octubre”. Seguro que a todos se nos “aprieta la guata” al recordar esa noche y las largas semanas de saqueos, violencia e incertidumbre que le sucedieron. Aunque inconscientemente tratemos de olvidar y dejar atrás ese tiempo, vale la pena preguntarse qué pasó y cómo evitamos que algo así vuelva a ocurrir.

Álvaro Vargas Llosa, en su entrevista publicada en El Mercurio este lunes, se refiere a una “frustración de expectativas” y a un “factor generacional” como posibles explicaciones. En esa línea, la desilusión de los chilenos tendría relación con el profundo estancamiento de nuestra economía. Algunos lo asocian al término del sistema binominal, otros a la reforma tributaria de 2014, y otros al abandono del que ha sido víctima la educación en edad escolar. Seguramente todas esas tesis son, al menos parcialmente, correctas pero el terror y la deshumanización que vivimos hace 5 años no pueden ser consecuencia solo de nuestra falta de prosperidad económica.

Creo firmemente que la fractura de Chile es el resultado de una profunda y desoladora ausencia de amor. De la incapacidad de ver en nuestro prójimo un “otro yo”, un semejante y de no entender que el sentido de nuestras vidas descansa en desarrollar la capacidad de amarlo. Como ocurre en una familia, los chilenos estamos llamados a tender la mano al hermano que la necesita y, del otro lado, a aceptar ayuda con humildad. Benedicto XVI en la encíclica Caritas in Veritate plantea que “la caridad en la verdad (…) es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. En este sentido, tenemos la oportunidad de aprovechar cada instancia, incluidas las próximas elecciones, para superar prejuicios y divisiones, y comprender que nos necesitamos unos a otros para construir un Chile más unido, solidario y virtuoso.

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