Déficit fiscal: una pichanga frustrada

Imaginemos un grupo de amigos que se junta recurrentemente a hacer un asado. Llevan reuniéndose varios años y antes de cada asado, se organizan para jugar una “pichanga”. Uno de los amigos, llamémosle Mario, ha tenido una vida dura y anda permanentemente “al tres y al cuatro”. Por eso, es tradición en el grupo que él no ponga plata pero se encargue de organizar: pide la cancha, lleva la pelota, va a comprar y se encarga de la parrilla. Mario no tiene la capacidad de financiar y luego reembolsar, por lo que pide que se le pague la cuota por adelantado. Recauda unas “lucas” para la cancha y el árbitro, además de un fondo separado para el asado y las cervezas. El mismo día del evento, Mario escribe en el grupo de WhatsApp que finalmente no habrá partido y que por favor vayan todos directo al asado. Los amigos, un poco desconcertados por el cambio de planes, llegan a la casa donde sería la reunión y se encuentran con que sobre la parrilla hay unas pocas salchichas, y encima de la mesa los esperan cuatro marraquetas al lado de un jarro de jugo en polvo. Desilusionados, los amigos piden a Mario una explicación. Él les cuenta que todo está muy caro y que, sin advertirles, tuvo que usar los recursos de la pichanga para financiar la logística del asado. El relato no satisfizo a los comensales pues las salchichas, las marraquetas y el jugo, eran solo un pálido reflejo de lo que fueron los asados de antaño. Al “apretar” un poco a Mario, éste confiesa que le pagó a un amigo para que lo asesorara en la elección de las salchichas, que compró los insumos en un supermercado de Pudahuel (para un asado que sería en La Reina) y que hizo el viaje en Uber Black. Sus amigos quieren mucho a Mario pero lleva años gastando más de lo que gana y están dudando de que puedan seguir confiándole tareas.

La gestión de las finanzas públicas es sin duda más compleja que organizar un asado, pero al igual que los amigos de Mario, los contribuyentes nos preguntamos qué pasa con nuestra plata. A pesar de que quienes vivimos en la economía formal pagamos IVA, impuesto a la renta, contribuciones y patente con un esfuerzo enorme, la Dirección de Presupuestos informó que Chile tuvo un nuevo periodo deficitario en 2024. Lo que alguna vez fue la excepción, hoy se ha transformado en la regla: hemos visto déficits en once de los últimos doce años. Como si lo anterior no fuera suficiente motivo de preocupación, el único año de superávit (2022) en realidad habría sido deficitario si los recursos que CORFO acumuló gracias a los ingresos del litio, no se hubieran transferido a Hacienda. Similar a la desviación que Mario hizo de la plata que se había juntado para pagar la cancha y el árbitro, Hacienda destinó ingresos extraordinarios que se habían comprometido para ahorro e inversión, a cubrir gastos ordinarios. Aunque el fisco gasta consistentemente más de lo que recauda, engrosando la deuda pública e hipotecando flujos futuros, quienes generamos los recursos percibimos una contraprestación muy pobre: de acuerdo a datos del CEAD los homicidios en Chile han aumentado en un 60% entre 2014 y 2023, solo por dar un ejemplo.

Estos días en que se empiezan a perfilar las candidaturas presidenciales, dan ganas de pedirle a quienes aspiran a gobernar nuestro país que hagan, al menos, dos cosas: (1) impulsar fuertemente el crecimiento y, por esa vía, recaudar más, y (2) mostrar señales contundentes de disminución del gasto fiscal. Los trabajadores y los emprendedores de Chile nos lo merecemos.

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Deber fiduciario